Samuel cayó de culo sobre una caja de cartón que cedió bajo su peso. Habían aparecido en un cuartucho estrecho, lleno hasta los topes.
-¿Dónde estamos?-le preguntó a Keira, que había aparecido justo a su lado.
-Pues, pensé que un ángel y una diablesa llamarían mucho la atención si aparecían en mitad de un parque en parís. Así que pensé primero en un almacén en el que estuve un vez...
-¿Y qué hacías en un almacén tan pequeño?
-¿Y a ti qué te importa? Bueno, el caso es que lo recordaba un poco más grande...
-¿Qué vamos a hacer ahora?-le preguntó el ángel mientras se apartaba el flequillo de la cara e intentaba incorporarse.
-Tenemos que encontrar ropa de humanos... Aparta de ahí.
Le dio un empujón y empezó a rebuscar en la caja sobre la que había caído.
Comenzó a sacar prendas de vestir de varias cajas diferentes: un par de camisetas, dos vaqueros, una gorra...
-¿Qué hace aquí toda esta ropa?
-Pues que es el almacén de una tienda de ropa.
-Ah...-caviló Samuel, a la vez que se sentía estúpido.
-Esta bien. Aquí tienes lo tuyo.-dijo al fin Keira, mientras le pasaba las prendas. Ahora vístete.
-¡¿Aquí?!-se sonrojó el ángel.-Quiero decir...¿contigo aquí?
Keira se cruzó de brazos y lo miró con incredulidad:
-¿Vas a salir vestido de demonio?
-No, pero...¿y las alas qué?
-Oh, es cierto...sacó una poción de un bolsillo del estrecho pantalón de diablesa.-Toma, bebe hasta que quede vacía.
Samuel contempló la poción con desconfianza.
-Está bien...-dijo ella entornando los ojos.-Beberé yo primero.
Acto seguido bebió el extraño brebaje y sus alas desaparecieron.-
-Debes tener cuidado.-le advirtió al ángel.-Que no puedas verlas no significa que no sigan aquí.
El pasó otro frasco a Samuel.
-Pero...la camiseta tendrá los agujeros de las alas entonces...
-¿Qué te crees que es? ¿Una poción de tres al cuarto? ¡Me costó una fortuna! Y ahora date la vuelta.
-¿Qué?
-Que te des la vuelta.-repitió mientras le hacía un gesto con la mano indicando que se girara.-Y como se te ocurra volver la cabeza te corto las alas.
Samuel no pudo reprimir una sonrisa y después obedeció.
Salieron del almacén momentos después, vestidos con atuendos humanos.
Y se dispusieron a buscar a Luminor. Y, tal como Keira predijo, no les costó lo más mínimo encontrarlo. Pues se alzaba en el centro del parque. Era el árbol más grande que Samuel había visto nunca. Y si prestabas atención, podías ver un hermoso rostro, formado por las retorcidas arrugas del árbol.
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