Samuel miraba atónito el interior de la enorme puerta. No sabía muy bien que eran todos aquellos extraños artefactos, pero el mismo instinto le decía que debía salir de allí cuanto antes.
-La sala de torturas.-dijo Welior, mirando a Samuel divertido.- Es mi lugar favorito del edifio, donde seguramente acabaréis los dos.
Samuel contemplaba las máquinas sin comprender su funcionamiento o para qué servían, tampoco tenía ningún interés en averigüarlo.
-Mira angelito: esta es mi favorita.-continuó Welior dirigiéndose a Samuel y señalando una de las máquinas.-¿Y sabes para qué sirve? Pues...
-¿Te parece bonito hacer que nuestros invitados pierdan el tiempo de esta forma, Welior?-intervino una estruendosa voz.
Todos se volvieron al lugar de donde procedía y en los ojos de Welior se vio reflejado el terror que sintió al oír aquella voz. Un demonio el doble de grande que Welior se presentó en la sala.
-Mi- mi señor.-dijo temblando mientras hacía una reverencia.- Yo solo-solo pretendía...
-A callar.-rugió la voz.- Por fin te encuentro Fairequiel, o debería llamarte Hekiaziel.
-Como vos gusteís.-contestó Hekiaziel.-¿Ante quién tengo el honor de presentarme?
A Samuel no le gustó un pelo la forma en que se dirigía Hekiaziel a ese demonio. ¿Cómo podía ser tan rastrero?Ese no era su señor ni le debía ningún respeto. "Cosas de demonios" pensó Samuel, y le pareció que allí eran todos bastante estúpidos: mostrándose honores falsos y persiguiéndose unos a otros.
El prominente demonio se volvió hacia Samuel y le sonrió:
-Qué razón tienes chico.-le dijo.- En vez de estar luchando contra nuestros enemigos, nos destrozamos unos a otros.
Samuel no supo que decir: aquel demonio acababa de leerle el pensamiento.
Próximo capítulo: El señor de Welior.
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